lunes, 26 de agosto de 2013

Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, de Jaroslav Hasek

Una gran época requiere grandes hombres. Existen héroes ignorados, humildes, sin la gloria ni la historia de un Napoleón. El estudio de su carácter ensombrecería la fama de un Alejandro Magno. Hoy podríais encontrar en las calles de Praga a un hombre andrajoso que ignora la importancia de su persona para la historia de la nueva gran época. Él sigue humildemente su camino, no molesta a nadie y tampoco es molestado por las entrevistas de los periodistas. Si le preguntarais cómo se llama, os contestaría sencilla y humildemente: "Me llamo Schwejk".
Y este hombre tranquilo, humilde y andrajoso es en realidad el viejo, valeroso y heroico soldado Schwejk que antaño, en la época de la soberanía austríaca, se encontraba en la boca de todos los ciudadanos del reino de Bohemia y cuya fama tampoco palidecerá en la República.
A este valeroso soldado yo le tengo mucho cariño y al describir sus aventuras durante la Guerra Mundial estoy convencido de que todos vosotros sentiréis simpatía por ese humilde y desconocido héroe. Él no incendió el templo de la diosa Diana en Éfeso como aquel tonto de Herostrato, para aparecer en los periódicos y en los libros de texto.
Y esto basta.
Éste es el prefacio que Jaroslav Hasek hace de su gran obra Las aventuras del valeroso soldado Schwejk. Os he de decir que durante muchos años, he estado buscando una referencia al soldado Schwejk, pues en la lejanía ya de mi infancia-adolescencia recordaba una serie que en su momento pasaron en el entonces segundo canal de Televisión Española, y que por su sátira y humor me impactó, sobre todo esa figura de un soldado simple, campechano, que siempre hacía frente con la mejor de sus caras a las adversidades que la guerra le aguardaba, y que era interpretada por Franz Muliar. Una serie de trece capítulos, que en alemán se tituló Die abenteuer des braven soldaten Schwejk.

Un día, leyendo en la Vanguardia sobre una reciente traducción hecha por la escritora y traductora checa Monika Zgustova, publicada por Galaxia Gutenberg en 2008, me puso en marcha para encontrar ésta u otra versión de la novela, en la cual se basó la serie de televisión que tanto me agradó. Así que me encontré en mis manos con la edición en castellano publicada por Ediciones Destino (Barcelona 1980), con traducción hecha por Alfonsina Janés y con las ilustraciones originales hechas por Josef Lada tras la muerte de Hasek.
La lectura de sus poco más de seiscientas páginas es muy recomendable. La única lástima es que su autor se quedara a medias a causa de su muerte por tuberculosis, ya que estaban previstas seis partes, de las que sólo completó cuatro (y de la cuarta se quedó a medias, después de su muerte, el 3 de enero de 1923, a la edad de cuarenta años. La última parte de las Aventuras del valeroso soldado Schwejk fue completada por el escritor checo K. Vanek).
¿Por qué es tan deliciosa y recomendable la lectura de las aventuras de este valeroso soldado? ¿Qué hace de Schwejk un personaje tan entrañable y tan maravilloso?
El personaje, Josef Schwejk, es extraordinariamente entrañable. Él, que se vanagloria de haber sido declarado tonto oficial, con su candidez y campechanía, y su peculiar manera de resolver los problemas y de atender a las órdenes de la superioridad militar, dejan dudas sobre si realmente es estúpido o demasiado listo, ya que en muchas ocasiones dejan en ridículo a los oficiales austríacos (el autor es extraordinariamente crítico con esta superioridad militar, de la que denuncia, sin duda, demasiados abusos sobre sus subordinados o ante la población civil o los soldados enemigos). Su manera de interpretar, en muchas ocasiones, lo que le dicen el páter, el teniente Lukasch o el teniente Dub, o los demás oficiales, siempre aportando alguna anécdota que, de forma veladamente satírica, muestra esa capacidad de heroísmo-antihéroe que su personaje tiene, y que muestra el absurdo de todas las guerras.
Sin ninguna duda, hay partes que son absolutamente para no parar de reír. Yo destaco sobre todo cuando Schwejk se pierde buscando a su regimiento (la Anábasis de Schwejk) o cuando mezcla los libros de los cuáles se debían sacar las claves cifradas para continuar la ofensiva en la guerra.
El relato se inicia cuando Schwejk es detenido en una taberna de Praga por pronosticar que va a haber guerra, y tras ser interrogado en comisaría, es ingresado en un manicomio, para luego ser liberado sin cargos. Manifestando siempre un entusiasmo patriótico, se alista para ir al regimiento, no sin pasar primero por las manos del páter, del teniente Lukasch, del que es asistente, y acaba como ordenanza. Después de diversas aventuras, cuando llega al campo de batalla, es detenido como prisionero al bañarse en un lago donde se estaba bañando también un fugitivo ruso, del que se pone su traje, por lo que es confundido. Tras esta anécdota, se interrumpe el relato, por la muerte del autor.
Además el relato es interesantísimo a nivel histórico, ya que relata de forma clara la desintegración nacional del Imperio Austrohúngaro, las notables diferencias entre las naciones que la conforman, las diferencias religiosas de los habitantes que lo componían, entre católicos, ortodoxos y judíos, entre checos, húngaros, alemanes, austríacos, serbios, …, lo que muestra, sin duda, la situación en que quedó el imperio tras su desintegración, y que, en parte, fue una de las causas de la posterior Segunda Guerra Mundial. Se relata también el odio de algunos a estas diferencias nacionales y religiosas. Hay partes del relato que dejan traslucir los abusos hacia estas diferencias. Y sobre todo, el absurdo de la guerra. Como suelen decir todos los críticos y lectores, esta novela pasa por ser un profundo alegato contra la guerra.
" Antes de que llegara el expreso, el restaurante de tercera se llenó de soldados y civiles. La mayor parte de los soldados pertenecían a diversos regimientos y diversas naciones. La tempestad bélica los había llevado a los hospitales militares y ahora volvían al campo en busca de nuevas heridas, mutilaciones y dolores para ganarse una sencilla cruz de madera en su tumba, sobre la que aún al cabo de varios años, en las tristes llanuras del este de Galitzia, ondeará bajo el viento y la lluvia una descolorida gorra de soldado austríaco con un Franzl oxidado.
De vez en cuando se posará sobre ella un viejo cuervo que recordará los copiosos banquetes de antaño y la interminable mesa llena de sabrosos cadáveres de personas y de caballos. Pensará que precisamente debajo de una gorra como ésta sobre la que ahora está encontró el bocado más sabroso: los ojos humanos."



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