miércoles, 7 de enero de 2015

La buena estrella






   
   Días de Navidad. Días de felicidad. ¿O no? 

   Imagen que se repite una vez tras otra estos días: vorágine consumista, tiendas llenas de gente, bolsas de compra aquí y allá… Las tarjetas de crédito sacando humo, pero no en todas partes aceptan el plástico… A veces hay que llevar efectivo. Vamos al cajero. Conviviendo con las escenas de gasto incontrolado y de dinero a raudales saliendo del aparato bancario, ¿quién no ha mirado con cierto desprecio, miedo o con simple ignorar a esas personas que, con sus cartones tirados en el suelo, mantas, un carro lleno de pequeñas cosas recuperadas de los contenedores de basura, cartones de vino barato, refugiados en el cajero para vencer el crudo frío del invierno…?

   Hace dos mil catorce años, aproximadamente, pues leyenda o verdad, nadie sabe con exactitud cuando ocurrió, una estrella iluminó el cielo para indicar el lugar de Oriente donde Jesús nacía. Era un portal, en un establo de Belén. Una imagen de sencillez, humildad: el padre, José, la madre, María, el asno, el buey, y ese niño que ha marcado la vida y el devenir de mucha gente desde entonces. Un legado, religioso o no, que ha marcado la vida de las civilizaciones, interpretado de múltiples maneras. Pero de la lectura de las Escrituras, se desprende que ese niño estaba marcado por la buena estrella, una que nos iba a iluminar, una vida de sencillez y de darlo todo por los demás…

   Hoy, dos mil catorce años después, otra es la “buena estrella” que nos guía: la estrella del dinero, la codicia, la arrogancia y la corrupción que nuestro bien amado sistema liberal capitalista nos ha metido dentro de nuestro ideario, nuestro único mundo, el mundo del consumo desenfrenado, sin rumbo. Estamos destrozando nuestro mundo, pero da igual, todo sea porque todos tengamos de todo, y quien no lo tenga que se fastidie.

   Nuestro nuevo portal de la humildad y la sencillez, que podría ser cualquier hogar de cualquier desahuciado o cualquier persona mayor (o no), sin recursos, y a la que se mira con condescendencia, siempre buscando la razón para hacer ver que por algo se encuentra en la situación en la que está, no va a ser otro portal que el del cajero. Ese cajero que de día es la Meca del despilfarro, y por la noche es la vivienda de tantos y tantos sin techo, que conviven con aquello que son sus enseres más cercanos: un montón de cartones, que le aíslan del suelo helado del invierno de los cajeros, una buena manta para taparse en las horas de sueño, cualquier objeto que consideran importante, que llevan en carros de supermercado, muchas veces algún brik de vino barato, para calmar el frío, y algunas veces, algún perro que les acompaña en su devenir. Y eso quien tiene suerte de encontrar un cajero abierto. Si no, a dormir en un simple banco de calle, en algún hueco de parking, o simplemente, en algún sitio donde refugiarse.

   Son personas, verdaderos Robinsones perdidos en la ciudad, aislados del mundo en general, menospreciados e ignorados por la mayoría de la gente, expulsados de malos modos todas las mañanas de esas oficinas bancarias convertidas de noche en habitaciones, gente que no tiene nada, salvo su dignidad, probablemente superior a la de los demás mortales que deambulamos por los cajeros, y que los miramos con una mezcla de miedo y menosprecio. Muchos de ellos son personas que lo han perdido todo: hogar, trabajo, familia, dinero,… , gente que convive muchas veces con depresiones, con adicciones provocadas por su soledad y aislamiento. Gente incluso preparada para competir en esa magnífica sociedad nuestra, esa magnífica sociedad que permite cada día los desahucios, la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores, de nuestros mayores, esa magnífica sociedad competitiva que permite que los mejores emigren de nuestro país, para acabar trabajando de cualquier cosa en un país extraño, porque en el propio ni te aprecian ni te ofrecen un trabajo digno, esa sociedad que permite que algunos se lucren a costa de todos, mientras existe un veinticuatro por ciento de paro o que exista un tan alto índice de pobreza infantil…

   En cambio, estos Robinsones perdidos en la vorágine del capitalismo salvaje, son dignos. Sí, aunque se pueda pensar lo contrario, conservan su dignidad intacta. Con sus defectos, imperfecciones, muchas veces no se dejan torear por el sistema. Ese sistema que permite que los bancos y cajas, en cuyos cajeros se refugian como pueden, especulen con los ahorros de miles y miles de personas, que con sus inversiones en fondos y en productos crediticios de poca fiabilidad nos han metido en la peor crisis de nuestro tiempo, que está provocando tanto daño en la economía, pero sobre todo, en la sociedad, que se están embolsando miles de millones de euros gracias a un rescate hecho a costa de todos nosotros, pero que además han estado lavando su propio dinero sucio a través de obras sociales y fundaciones, de las que se enorgullecían y decían que ayudaban a la gente sin recursos,… ese sistema, permite que cada día se produzcan casos de desahucio y desatención a la gente sin ningún tipo de recursos.

   Mientras tanto, los comunes mortales, que pensamos que nunca nos va a pasar nada, que no vamos a vivir nunca una situación como la de los desahuciados o los sin techo, pasamos de largo, ignoramos esta situación, lo miramos desde la lejanía, como que no nos afecta. Seguimos tocados por la “buena estrella”, con más o menos solvencia económica, los señores banqueros nos reciben con mayor o menor atención en sus oficinas, mientras que, en horario de oficina, evidentemente sin los olorosos sin techo trastocando el ritmo de nuestras vidas, viven rebuscando entre los contenedores, mendigando una moneda, un bocadillo, o dormitando en algún banco de algún parque o alguna plaza, y nosotros, asustados, decimos a nuestros niños: no te acerques cariño…, haciendo de éstos unos apestados…

   Pero sí, hay alguien que, a pesar de las dificultades, si ayuda a estos Robinsones de ciudad, que sobreviven a su naufragio personal a pesar de que el oleaje de nuestra sociedad y que la tormenta de la crisis de nuestro tiempo los intenten llevar por delante. A ellos, los Robinsones modernos, nuestros supervivientes sin techo, y a éstos, a esta gente solidaria, a gente anónima que ayuda como puede, pero también a organizaciones como el Banco de Alimentos, Cáritas, la Comunidad de San Egidio, a fundaciones como Arrels, una fundación barcelonesa que vela porque nadie duerma en la calle, como tantas otras, es a quien dedico este artículo. 

   Porque en ellos debería residir la buena estrella. Esa buena estrella que persigue la humildad, la sencillez, la dignidad… Muchos ven en ellos el fracaso, pero en realidad no es su fracaso. Es nuestro fracaso, el de la sociedad entera. Nuestra sociedad del bienestar, que debería velar por éste para que se desarrolle en todos los estratos sociales, olvida que hay quien no lo tiene. No solamente los sin techo. También tantas y tantas personas que sobreviven como pueden a la pobreza extrema.

   Nuestro sistema capitalista liberal, que intentó engañar a la sociedad adoptando medidas socialdemócratas, adoptando medidas tendentes al bienestar de la sociedad, una vez vencido el sistema comunista, ha vuelto con ferocidad para eliminar todas aquellas medidas tendentes al bienestar y la redistribución de la riqueza.

   Han crecido de nuevo las desigualdades sociales. No es que hubieran dejado de existir, sino que en estos últimos años se han acrecentado. Los ricos son más ricos, los pobres son más pobres, la clase media se ha empobrecido, la crisis y las nuevas medidas liberalizadoras impuestas por el sistema financiero internacional la han empobrecido más, dando rienda suelta al conservadurismo más rimbombante, y creando un populismo de extremos, que hace peligrar la paz social en nuestra sociedad. Crece la extrema izquierda y la extrema derecha, dando rienda suelta a sus discursos más encendidos hacia un sistema cada vez más decrépito y corrupto, y la sociedad enfadada y cabreada con el sistema, los apoya y los jalea…

   ¿Y qué hace nuestro sistema para mitigar este nuevo populismo? Nada. Al contrario, parece que aún le conviene para justificar mayores cambios, mayores reformas, para seguir aumentando el descontento y poder justificar así medidas que conducen a más represión y menos libertad.

   Solo la sociedad puede mostrar su faceta más humana con la solidaridad. Solo la sociedad puede poner freno al aumento de la desigualdad. Y no hacen falta revoluciones ni involuciones. Solo hace falta que entre todos sepamos crear una sociedad más justa, más equitativa. Es difícil, pero nos debemos poner en ello. Hemos demostrado una vez tras otra que cuando hace falta nos ponemos en mangas de camisa para ser solidarios. 

   Debemos tender hacia un sistema más cooperativo, más colaborativo, más solidario. Esa es nuestra buena estrella.

   Debemos darle una patada a este sistema consumista, liberal y capitalista que está aumentando la desigualdad social. Esa es nuestra estela, la que sigue a la buena estrella.

   Y debemos dejar de ver en la gente como nuestros competidores, y ver a la gente como iguales.

   Ése es mi deseo para el 2015. Que esta sociedad reaccione y sea más solidaria y colaborativa.

   Y que cada vez hayan menos Robinsones sin techo, que sobrevivan al naufragio, y que entre todos pongamos una isla de solidaridad, un enorme salvavidas… Porque todos nosotros somos responsables, porque nadie es infalible.

   Y que este sistema nuestro, marcado por la especulación financiera, los rescates al sistema bancario que nos ha abocado a la crisis más brutal, y por el acrecentamiento de la desigualdad social, lo cambiemos entre todos… 
   

   Una labor difícil… Nos deberá iluminar la buena estrella…

No hay comentarios:

Publicar un comentario